NUNCA SURFER
(corrida escrituraria sin puntos)
Por Facundo Di Genova
Desde Mar del Plata
Especial para Los Siete Giles
Antes de ser todo terreno, el surfista criollo es toda ola; el surfista marplatense y por extensión el surfista pampeano (el de Mar de Ajó, Miramar, Necochea y Rawson) que, como todos, arrancó con un barrenador de telgopor, se la banca: soporta temperaturas bajo cero y tubos medianos pero chupados en invierno, olas derechas cortas y lentas, izquierdas rabiosas que no dan tiempo a nada y así y todo se las ingenia para sacar las tres pruebas básicas del surf (floater, cutback y roller) y entonces, y luego de semejante entrenamiento, y si tiene suerte, plata o esponsors, o simplemente se las rebusca para viajar mitad hippie-mitad gitano, se anima a correr y bajar casi cualquier ola de casi cualquier mar del mundo, y no es mucho decir (y sino ver los casos de Ale Carricart en México y Santiago “el Aguja” Di Pace y Diego “el Foca” Conti en el norte Chileno, corriendo olones de más de seis metros) (...)
N.DE LA R.: y finalmente la cortamos acá porque esta corrida escrituraria era un chorizo todo largo de ochenta renglones sin puntos apartes ni seguidos y la gente y el publico lector se cansaba y decia puf cuando termina esto y yo pensaba que podia publicarse asi todo junto y de un saque milquinientas palabras en el suplemento no de pagina/12 a lo que mi editor medio enojado y contracierre me ladró muy linda tu aguafuerte ahora mandame la nota y entonces quedaron dos pinturas iguales pero distintas una en el no y otra aca fabricadas con los mismos materiales pero organizadas muy diferentes como esta corrida escrituraria sin puntos que sigue en comments.
miércoles, diciembre 13, 2006
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1 comentario:
;el surfista se las ve con la invasión de bañistas y pescadores y surfistas foráneos en verano pero, como sea, intenta seguir surfeando y hacer respetar el orden de prioridades, ya en olitas de medio metro o en olas de dos con pronóstico de sudestada, y de peligro, porque sabe que el único peligro de surfear en estos mares, antes que el agua tóxica, las líneas y los anzuelos, es la sudestada, y que ahí la puede pasar feo; el surfista criollo se caracteriza por no temerle al tiburcio, lo que es raro a nivel mundial; dice que en estos mares no suelen atacar como en el Pacífico y el Caribe, pues se trata de otra especie de tiburcio, en tanto recuerda que el único caso de ataque documentado fue en Miramar en 1954 cuando un tiburón blanco caribeño algo desorientado le masticó la pierna y el hombro a un nadador que se salvó de milagro; también hay que decir que el surfista pampeano se levanta muy temprano para surfear al amanecer y que después del trabajo puede seguir surfeando y en una de esas tiene la suerte de que justo en esas horas el mar le regala las mejores olas de su vida; y que así –lo dicen todos– nunca necesitará ir al psicólogo; decir además que lleva una buena alimentación, quizá un poco excedida en cerveza, y en variadas rutinas deportivas, como nadar, correr y hacer yoga –algunos suelen decir ioga, pero es lo mismo; el surfista marplatense conoce las olas tranquilas, pachorras y clásicas que abundan a la izquierda del Faro, donde también hay un perro llamado Sultán que surfea en longboard; ha corrido las veloces y abundantes “sólo para profesionales” de los acantilados, las prefabricadas (por escollera) del centro y los tubos chupaditos de la Serena casi como los del Pacífico, con brillos esmeraldas antes que turquesas y por supuesto en menor escala; el surfista marplatense es, en definitiva, parte de una gran familia integrada por médicos surfistas, abuelos y nietos surfistas, vendedores surfistas, obreros surfistas y burgueses surfistas y como no podía ser de otra manera, delincuentes surfistas; estos surfistas además, simple comprobarlo, ganan chicas como uno supone, muchas lindas chicas, que por suerte después (o bien mucho antes) empiezan a surfear, y entonces parecen más lindas todavía: basta ver una chica surfeando –su estilo, los giros clásicos y acaramelados– para creer que este es un gran deporte para ellas; el surfista o surfero sabe que en otro orden a aquel pedazo de cemento y arena y olas artificiales lo llaman Biología en honor a un laboratorio pesquero y que es la parte central de Playa Grande, el centro del surf argentino en todo sentido; que a la izquierda hay una escollera con el puesto del guardavidas y triatlonista Daniel Banga, de 62 años, que muchas veces recibió ayuda de los surfistas para rescatar algún ahogado, y que a la derecha se ve un Cristo blanco gigante, y un puerto medio raro, y tres barquitos y un carguero, y más acá muchas piedras: en una de ellas, que tiene un mármol amurado, se lee: “Leo Silenzi, por la olas que corriste y los recuerdos que dejaste. Tus amigos”; el surfero entiende que como aquel hay muchos surfistas que abandonan este mundo antes de tiempo por circunstancias ajenas al surf, como Alejo Abramidis, un gran surfista que cuando se fue a otros mares inspiró a su amigo Rubén Muñiz a bautizar a su primer hijo como Alejo en su homenaje; el surfero explica que esta historia viene a cuento de que hoy el marplatense Alejo Muñiz, que vive en Bombiñas (Brasil) desde que sus padres se radicaron allí, surfea que da miedo y que en el pasado mundial de California, y con 16 años, obtuvo el segundo puesto, lo que llevó a las autoridades de Florianápolis a declararlo algo así como ciudadano ilustre; el surfero marplatense acepta también que por ahora nunca va a poder ser el mejor del mundo y que antes vienen los americanos, los australianos y –adivinaron– los brasileños; comprende el surfista que si quiere ser profesional no le será fácil, pues conoce el caso de las dos mejores surfistas marplatenses de todos los tiempos, las hermanas Ornella y Agostina Pellizari, que tuvieron que correr para Italia durante el último mundial por carecer de apoyo institucional y financiero; sabe que estas hermanas no tienen rival en Argentina aunque revela que hay dos niñas de 14 años llamadas Maia y María Paz que surfean como sirenitas y que prometen encandilar las miradas locales próximamente; el surfista o surfero avisa que, en marpla, igual que en California o Sydney, hay “localismo” o ese encuentro para nada amistoso entre locales y foráneos, y que para evitar enfrentamientos –que nunca pasan de insultos y piñas– existe un protocolo que hay que respetar si se quiere surfear de visitante: si un local tiene prioridad para tomar una ola y el foráneo desconoce esa prioridad, habrá problemas; un surfista de la vieja escuela como Sebastián Galindo, local de Playa Grande y creador de la marca Camarón Brujo, recuerda que la prioridad la tiene quien está más cerca de tomar la ola, del lado de la espuma; y, sin embargo, no desconoce que se puede ser foráneo al principio y ganarse la condición de local después, como le pasó al ex porteño y ex skater Martín Passeri, que la semana pasada se coronó campeón latinoamericano de surf en Puerto Rico y hoy nadie duda en decir que “es local de Biología”; el surfista conoce bien el conflicto entre los surfistas del norte (playas mayormente proletarias) y los del centro (playas masivas y acomodadas) y el sur (a partir del faro, despobladas, algunas sólo para profesionales) pero entiende que es algo más folclórico que real; con todo, el surfero marplatense informa que, cerrando ya este breve perfil, y luego de saludar a Quiksilver por patrocinar a los Siete Giles en esta corrida escrituraria, no respetar el localismo, o por lo menos no respetar la prioridad siendo visitante es, en definitiva, algo así como ser de Saavedra y pretender jugar a la pelota en una canchita de Fuerte Apache sin pedir permiso y sin siquiera saber quién es Carlitos Tevez.
más info: elsurfero.com, surfistamag.com, planetasurf.com
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